domingo, 29 de marzo de 2009

CAPÍTULO 25: ENEMAS




BSO: Tu corazón (Extremoduro)




La enfermera era una chica normal, más bien tirando a fea, pero yo no podía dejar de imaginar qué había debajo de su bata blanca cada vez que se abría la puerta y me decía:

-El doctor Tadeo le atenderá enseguida.

Nunca conseguiremos alisar los pliegues del alma humana. Tampoco reprimir la tentación de pasar la mano sobre ellos, pero al tacto siempre serán ásperos, transmitirán un hormigueo desazonador... ¿Por qué un asesino a sueldo, un tipo que aparentemente no siente ningún respeto por la vida ajena sacrifica la suya a cambio de la de dos niños desconocidos? ¿Por qué una enfermera, alguien que trata a diario con el dolor y la muerte, que te pone un enema o te vacía la vacinilla también consigue que se te atraviesen las hormonas más vivificantes en la garganta? ¿Quizás porque en el fondo todos éramos un poco necrófilos y antropófagos y los asesinos eran un poco como todos? Y si se trataba de eso ¿con que derecho juzgar algo que era, nunca dejaría de ser un misterio para nosotros? Bien, en cualquier caso lo que estaba claro era que tal vez aprenderíamos algo cuando las clases de filosofía se impartieran en los hospitales.

Yo llevaba en aquel, haciéndome preguntas de ese tipo mientras esperaba a que el doctor Tadeo me recibiera, un buen rato.

Odiaba los hospitales. Toda aquella gente diciendo "tiedes bueda cara" pero tratando de no respirar el aire cargado, el olor a muerto de las habitaciones... Y eso que en esta ocasión, con la venda, el esparadrapo, cubriéndome la nariz y las ojeras azuladas incluso sentía cierta comodidad en un lugar como ese.

Desde la tarde anterior tenía la impresión de que todo el mundo me miraba y se reía de mí. Incluida Lorea, que me había acompañado a Urgencias.
-Tiene gracia- dijo-. Mi padre me ha dado recuerdos para ti. Ha dicho que te cuidaras.

Pero yo no le veía la gracia.

Seguro que a la enfermera no le daría tanta risa mi aspecto.

-El doctor Tadeo le espera- me hizo saber, al fin.

El doctor Tadeo era el hermano de Angelita. Trabajaba en la unidad de trasplantes del servicio de salud pública de Jamerdana.

La sanidad era el negocio de la ciudad. Una de las clínicas más prestigiosas, la clínica San Andrada, se encontraba en ella y el sector público se esforzaba por estar a su altura, en una aparente y sana competencia. Por ejemplo, dicha clínica tenía desviadas ciertas especialidades y concertado un número de camas con la Seguridad Social. Lo cierto era que esa competencia ni siquiera se daba, porque todos los servicios complemetnarios de la sanidad pública (lavandería, comidas, mantenimiento...) estaban en manos del sector privado, de los mismos a los que pertenecía la prestigiosa clínica. Si acaso existía algún tipo de rivalidad era entre médicos. Los mejores profesionales del estado se disputaban las plazas en Jamerdana, de manera que las zancadillas, envidias y camarillas estaban a la orden del día. Era de esto de lo que pensaba yo sacar partido. Además el doctor Tadeo parecía especialmente propenso a despacharse a gusto sobre sus colegas.

Todos los rasgos vulgares que en Angelita transmitían ternura en él representaban ruindad: los ojitos pequeñitos y juntos, la calva penosamente disimulada con cuatro pelos cruzados, la caspa sobre los hombros...

Pensaba utilizar el viejo truco de la revista. Una entrevista era algo a lo que no podían resistirse para darse importancia tipos como él.

-Me ha dicho Angelita que usted es una especie de investigador privado- dijo él, no obstante, y pensé que si los tiros iban por ahí igual me hablaba más de los otros médicos y menos de él mismo, así que decidí cambiar de táctica.

-Sí, trabajo para una asociación de donantes. Quieren supervisar el correcto tratamiento y distribución de los órganos que se aportan. Ya sabe, a veces se oye hablar de anormalidades, enchufes... Y luego todo ese asunto de los niños sudamericanos, el tráfico de órganos... -lo dije como si sonara muy ajeno a nosotros.

-Nosotros trabajamos con una rigurosa lista de espera- se defendió -Demasiado larga, por desgracia.

-¿Existe un control sobre la procedencia de las donaciones?

-Por supuesto. Somos nosotros, los propios médicos quienes los solicitamos a las familias de los fallecidos. Incluso hemos recibido un cursillo para hacerlo con delicadeza. Pero todo eso ya lo sabrá usted.

-Sí, claro- disimulé-. A lo que me refería era a si es posible saltarse de alguna manera esas listas de espera, por decirlo de alguna manera, comprar un corazón, un hígado, unos riñones... La clínica San Andrada hace muchos trasplantes, es conocida por ellos, hay muchos pacientes venidos de fuera...

-A toda persona que necesita un trasplante se le gestiona desde la Seguridad Social. Muchas de esas operaciones de la clínica San Andrada son concertadas con nosotros. Los otros casos, los pacientes venidos de fuera aportan su propio donante. La procedencia de esas donaciones ya es cosa de ellos, pero si quiere que le diga la verdad, sí, es cierto, en estos temas, como en todos, el dinero cuenta.

-¿Qué quiere decir?- le interrumpí.

El hermano de Angelita tomó aire y después lo soltó ruidosamente.

-Mire, esto es confidencial, pero se han dado casos de personalidades ilustres de Jamerdana que renunciaron a su turno porque ya habían solucionado su problema.

Se levantó de la silla en la que estaba sentado y se dirigió a una ventana. Pareció dudar un momento pero al final señaló a la calle y dijo:

-Ese señor también hará lo mismo cuando le toque. Precisamente ha interrumpido sus sesiones de diálisis, pero es evidente que sigue vivo.

El lugar que señalaba era una valla con publicidad electoral. "Vota Jaime Ignacio", anunciaba.

Yo me estremecí pensando que aquel tipejo, un político de toda la vida de una familia de la ciudad de toda la vida (una de aquellas familias de especuladores, trepas y caciques que chulearon Jamerdana hasta hacerla suya -el padre de Jaime Ignacio, por ejemplo, cuneteó rojos genocidamente durante la guerra civil; él mismo estuvo procesado años atrás por el hundimiento con víctimas mortales de un edificio-), me estremecí, pues, pensando que aquel tipejo pudiera estar vivo con los riñones del Tiñoso, o del Fistro...

A veces juzgar el comportamiento humano no resultaba tan complicado porque también existían almas lisas que dejaban un rastro de sangre en las yemas de los dedos. El problema era que desde lejos parecía esmalte de uñas, purpurina, y la gente se deslumbraba, incluso votaba a asesinos como ese...

-Así que pudieran darse situaciones de sobornos a donantes- dije-. Incluso de donantes contra su voluntad, ya me entiende- dije, rebanándome con el dedo índice el cuello.

El doctor Tadeo se encogió de hombros.
-Ya le digo que eso es cosa de ellos. Aquí todo funciona correctamente. En la clínica San Andrada, no lo sé- dijo, aunque era evidente que sí sabía algo, pero bien por corporativismo, o por el miedo, ¿tal vez porque la mierda le salpicaba a él también?, se callaba.

Se dirigió a mí y me tendió la mano.

-Si le puedo ayudar en algo- añadió, pero sólo era una fórmula para dar por terminada la conversación.

-Sí, puede contestarme a una pregunta: ¿Quién está a cargo de la unidad de trasplantes de la clínica San Andrada?

-Eso no es un secreto. El propio director, el doctor Balaguer- contestó, empujándome hacia la puerta.

Nos despedimos. En el pasillo la enfermera hablaba con una mujer.

-El doctor Tadeo le atenderá enseguida.

-Adiós- me despedí también de ella.

Me correspondió con una limpia sonrisa.

Por fin parecía que las cosas empezaban a aclararse.

2 comentarios:

Melody dijo...

Jose Ignacios e parece curiosamente a tal expresidente de Marbella...


salut!

Anónimo dijo...

saludos, he tenido la oportunidad de leer algunos capitulos, estan muy buenas las historiaas ...

saludos desde la rEpuBlika AnArkis77a de Colombia...