lunes, 23 de febrero de 2009

CAPÍTULO 21: LA CARA EN EL ESPEJO Y LA ESCARCHA EN LA ESPALDA



BSO: La losa (Zer Bizio).


Siempre había odiado y a la vez experimentado una irreprimible atracción por el espejo. Mirarse en él era verte a ti mismo a través de los demás y comprobar que sus ojos eran de cristal. El espejo era un enigma. Lo mismo que el hecho de que yo hubiese besado antes los labios de vidrio de una litrona que los de una chica.

Mi primer beso, el primero cuyo recuerdo no se lo llevó una meada de cerveza por la alcantarilla, me hizo sentirme adulto, pero al volver a casa y mirarme en el espejo yo sólo vi a un niño asustado.

El niño asustado continuaba todavía allí, ante el espejo, espiando a Lorea desnuda en la ducha, enjabonándose los pechos, deslizando la pastilla a lo largo de sus piernas sin fin...

¿Cuál sería el reflejo que ella vería de mí?

A veces yo me encontraba a mí mismo feo (mi dentadura eran las teclas requetemanoseadas en el organillo de un músico ambulante, mi nariz una partida de canicas con mis cromosomas) pero tampoco tan feo para que hiciera juego con mi aspecto punk. Otras, sino guapo, algo resultón: los ojos negros, tan grandes como mi tristeza, las pestañas largas, el cabello oscuro... Vaya. No podía evitarlo. Siempre que pensaba en mi pelo olvidaba que ahora era de color azul. Aquello quería decir que a los demás tampoco les molestaba demasiado. Quizás hubiera llegado el momento de hacer algo. Tal vez rapármelo, como Lorea.

Lorea. ¿Vería ella en mi cara lo mismo que yo? Supuse que si se mostraba tan obsesionada con madurar, no. Mejor, si era así como yo le gustaba. Puede que enamorarse de ella no resultara tan terrible. Igual a su lado desaparecía de una vez por todas el niño asustado del espejo.

No iba a ser fácil. Se trataba de que ella eligiera entre su padre y yo. De todos modos, mientras decidía tampoco estaba de más que fuera conmigo con quien follara.

Tras los últimos acontecimientos y el entierro del Tiñoso esa mañana resultaba muy relajante. Era como si llevara colgando del escroto todos mis miedos, todos mis rencores, todas mis culpas, y al escupírselos a Lorea en el vientre transformara aquel batiburrillo en el amor y la calma suficientes para poder volver a amar.

Una buena ducha, afeitarse, tambien ayudaban.

El único nubarrón sobre aquel remanso de paz era la radio hablando, desde el salón, de guerras, accidentes de trenes, de los octavos de final de la copa del rey... En cualquier momento podía volver a anunciar otra muerte. Peor, aún, en cualquier momento podía morir otra persona que había pasado de puntillas por el mundo y que la radio no dijese nada.

No lograba quitarme de la cabeza al Tiñoso, pero sabía que lo que había pensado era la única solución.

-¿En qué piensas, Felisín?

Lorea había salido de la ducha, se había acercado por detrás y ahora me acariciaba los pezones.

Intenté contestarle, pero todavía me quedaba esperma, y este ahogó mis palabras.

Me volví hacia ella y enrosqué mi lengua a la suya. Cuando no estaba borracho los besos con lengua estaban muy bien. Eran más íntimos que todo lo demás. De hecho creo que esa fue la primera vez que era yo quien la besaba.
Me empalmé despacito y mi glande se deslizó por el estómago de Lorea como un dedo manipulando una bomba de relojería. Después la hice girarse. Los besos con lengua estaban muy bien pero a mí lo que me gustaba de verdad era aquel culito respingón.

Chupé su oreja y froté mi polla entre sus nalgas, arriba y abajo, arriba y abajo. Lorea se arrodilló, colocó las manos en el suelo, levantó el trasero. Se la metí. Empujé. No había sido culpa mía. Empujé otra vez. Yo no lo había matado. Otra . Ellos lo mataron. Una más. Ellos... ¡Ellos!... ¡ELLOS!

Quedamos tendidos sobre el suelo del cuarto de baño. Las baldosas estaban frías pero resultaba refrescante. Lo peor era el polvo, pegándose a nuestras espaldas.

-Lorea.

-Qué.

-Voy a pedirte un favor.

-Qué.

-Que voy a pedirte un favor.

-Ya, ¿cual, que favor?

-Ah, perdona, es que es... un poco “jevi”... Bueno, no, es un poco, bastante punk- rectifiqué.

-Tú cuéntame.

-Le he dado muchas vueltas y es la única salida para seguir adelante con toda esta mierda.

-¿De qué se trata?

-Hay que desenterrar al Tiñoso.

Un sinfín de diminutos volcanes erupcionaron sobre mi piel. Acaricié uno de los muslos de Lorea con el reverso de la mano y comprobé que a ella le sucedía lo mismo.

-Hostia, hostia, hostia- balbuceó al cabo de un rato.

-Tengo que ver uno de esos cuerpos. Es la única manera de saber qué está pasando. Ayer no tuve oportunidad en el tanatorio, con toda aquella gente metiendo bulla, y el vigilante entrando cada dos por tres. Pedernal va a por mí y me habría buscado la ruina- continué hablando, intentando justificar aquella locura. Por eso no escuché lo que Lorea dijo.

-¿Qué?- pregunté.

-Que está bien, te acompañaré-

Los cráteres sobre mi piel efervescieron, escupiendo toda su lava.

También la espalda quemaba, de puro frío, adormecida por la escarcha sucia del suelo.

-Habrá que volver a ducharse- dije.

-¿Para qué...- preguntó Lorea- ...si dentro de unas horas nos vamos a poner hechos un cristo?

Aquello me sorprendió. Yo no había pensado en esa misma noche. Pero tenía razón. Cuanto antes mejor. Después de todo puede que no resultara tan terrible.

lunes, 16 de febrero de 2009

CAPÍTULO 20: RAÍCES



BSO: No más punkis muertos (MCD)



Me gustaba andar. Sobre todo cuando estaba borracho. Era como hacer el muerto sobre el mar, permitir que las olas me acunaran, me arrastraran hasta dejarme varado en la playa. La única diferencia era que en lugar de alzar la mirada y encontrarme con el azul luminoso del cielo veía los bloques de viviendas de los barrios trabajadores -en los que ya casi nadie trabajaba- inclinándose hacia mí, hablándome al oído, recordándome los viejos tiempos, pero a la vez ensuciándome la oreja con su saliva maloliente.

Yo había crecido en uno de esos barrios, no importaba cuál, porque aunque entonces nos parecía a cada uno que el nuestro era singular -el barrio sin ley, el barrio conflictivo, EL BARRIO- en realidad eran todos iguales. Los edificios gemelos, cuarteados en bloques de cemento, sus fachadas descascarilladas, sudando sangre gris, los chandals limpios colgando en las ventanas, el ruido de los tubos de escape trucados de las motocicletas robadas, los gritos de los chavales en los portales, sin otra cosa que hacer y sin ganas de hacer otra cosa, las mierdas de perros en las aceras (últimamente, por cierto, todas las familias tenían un perro, y era el padre quien lo sacaba a pasear)...

Aquello era lo que me diferenciaba de Lorea. Raíces que crecían en las tripas y te las revolvían.

Me pregunté cuanto tardaría en regresar al barrio. Todo aquel que no hacía de tripas, de aquellas tripas de madera, corazón, terminaba regresando. Las fronteras también existían, quizás eran las únicas que existían de verdad, en cada ciudad, en cada país, y la única manera de atravesarlas era la traición, el olvido, la delación... Eso o la guerra. La guerra en los barrios se llamaba revolución, pero ya nadie lo recordaba. Sólo recordaban el nombre de sus perros.

Llevaba un buen pedo, sí señor. De todas maneras era mejor que echar la pela en el autobús. Continué, pues, paseando en la noria de mi mente hasta que dos o tres horas después me apeé a la entrada del tanatorio.

No tuve que preguntar en que puerta se velaba al Tiñoso. Apenas atravesé la puerta me recibieron los acordes de una canción de los "RIP", el tintineo de vasos entrechocando, risas... En la puerta había un tipo con una cresta de color naranja, durmiendo la mona. Dentro otros parecidos a él, sólo que éstos pegando botes, o bebiendo litronas... La música provenía de un enorme loro, y era Picio el que cambiaba las cintas. Un poco más al fondo vi a Lorea, hablando con Pelusa. El hacía fantásticos remates a gol en el aire. Ella se reía, se reía... Una especie de mal viaje.

Me acerqué a Lorea, intentando que me ayudara a salir de él.

-¿Qué coño pasa aquí?- le pregunté.

-¡Felisín!- me besó en la boca.

Ella también estaba borracha, pero en lugar de cloaca en la lengua tenía una banda de músicos sudados.

-Tranquilo, hombre, hemos alquilado el garito, podemos hacer lo que queramos. Bueno, lo ha alquilado Picio, no mi pa-pá- aclaró con cierto recochineo.

-Pero ¿cómo?

-Yo que sé, se ha ocupado de todo el de la funeraria. Han llamado al manicomio, le han dicho que el único familiar que tenía el Tiñoso era su padre y, bueno, ya oíste la canción de la otra noche, no se llevaban muy bien, así que ha consentido que lo enterráramos como nos diese la gana. Así se ahorra el viaje- dijo, y comenzó a tararear el nuevo tema que Picio hizo sonar: "No más punkis muertos", de MCD.

Eso me hizo recordar que no estábamos en una fiesta. Allí había un muerto. Tal vez si hubiese intentado sacarle los clavos a toda aquella panda les hubiese importado una mierda, pero no creo que hubiese pensado lo mismo el vigilante que entró en ese momento en la habitación.

-¡Por favor, un poco de respeto!- trató de hacerse oír.

Nadie le hizo caso, así que tuvo que abrirse paso hasta Picio. Salieron al pasillo, a negociar más tranquilos. Les seguí y una vez que Picio logró calmarlo me dirigí a él.

-¿Qué es todo esto, Picio, estás loco?

En ese momento pasó junto a nosotros el Profeta cantando "Una espiga dorada por el sol".

-¿Qué pasa?- se defendió Picio-. El Tiñoso se habría apuntado a una movida así.

-Pero, pero... ¿Y cómo vas a pagarlo?

-Eso no es problema. Botes en los bares, por ejemplo. El Tiñoso tenía muchos fans. Además tampoco es demasiado caro- me enseñó la tarjeta que le había entregado el día anterior el funerario-. Yo también tengo unas pelillas ahorradas.

Picio tenía aquellas pelillas ahorradas desde que yo lo conocí, hace años. Aunque su sueño era fichar por "Playboy" un sentido más práctico de la vida le hacía aspirar a regentar su propio estudio fotográfico. Sabía que siempre habría niños que hacían la primera comunión, pipiolos que se casaban y un montón de carnets que llevar en las carteras.

-No me importa- dijo, y yo comprendí el sacrificio que en realidad eso significaba.

Picio tenía casi 30 años y todavía el único dinero que administraba era la paga que le daba su madre, así que aumentar sus ahorros no parecía muy probable, pero mantenerlos suponía una proeza.

-Toda esa gente, el Fistro, la Cucurrucu, Gloria, el Tiñoso…- la voz le temblaba-. Es como si hubieran pasado por el mundo sin que nadie se diese cuenta-. No entiendo... no entiendo que alguien se pueda morir y no haya a quien le importe.

Estaba llorando. Nunca había visto a Picio llorar. Ni siquiera sabía que pudiera hacerlo. Por eso dolía tanto. En realidad yo no era un tipo duro. Sólo un pellejo inflado por el güisqui, y cada lágrima que rodaba por las mejillas de mi colega era una gota que se escapaba por alguna grieta.

-Gordo, cabrón- dije, y me volví hacia el ventanal que había a mis espaldas.

En la calle continuaba lloviendo. O al menos eso era lo que veían mis ojos.

domingo, 8 de febrero de 2009

CAPÍTULO 19: UNA CUESTION DE SUPERVIVENCIA



BSO:Zu atrapatu arte (Kortatu)



-¿Que tal, follamuertas?

Al funcionario los músculos de la cara se le derritieron como un helado.

Todo lo que estaba pasando era horrible, pero a mi me fortalecía. Quizás no sólo Lorea llevaba razón y yo tenía un don, sino también el Comisario Pedernal cuando decía que era un tío listo. La cuestión era que acertar dos veces dando palos de ciego comenzaba a ser algo más que pura suerte.

-No está nada bonito eso de la necrofilia- dije, y él ni siquiera intentó defenderse, simplemente preguntó:

-¿Qué sabe usted?

Desde la estación de trenes me había dirigido al depósito de cadáveres, a hacer una visita a mi amigo el lameculos.

-Lo suficiente, y lo que no sepa me lo vas a contar tú- dije.

-¿Por qué? Usted es sólo un loco ¿quién le va a creer?- intentó reaccionar.

-Los miles de lectores para los que escribo- estuve a punto decir los cientos de miles, pero una cosa era sentirse fuerte y otra pecar de chulo-puta-. ¿No te ha contado nada de eso Pedernal?

-Está bien, tranquilícese.

-¿Te tiraste también a Gloria, gusano?

-No, a ella no, sólo hice lo que me ordenaron.

-¿Qué, quién?

-No me avasalle.

Tenía razón. Esperé a que encendiera un cigarrillo y luego, más tranquilo, comenzó a hablar.

Me contó que el día anterior le habíamos acojonado con el numerito de los majaras, sobre todo con lo de "Anibal el canibal". No era para menos, teniendo en cuenta el tipo de gente que merodeaba por la parte trasera de la morgue. Aclaró que él no tenía nada que ver en la dieta alimenticia de aquellos monstruos- tenía gracia que él los llamara así-. Simplemente ese era el lugar en el que el resto de servicios sanitarios de Jamerdana dejaba sus desechos (desde apéndices extirpados en hospitales a brazos y piernas empleados en la Facultad de Medicina) con el objeto de ser incinerados. Si los monstruos revolvían en la basura antes de que él la recogiera no era culpa suya. En suma, estaba asustado, por eso apenas salimos por la puerta llamó a la policía, "al Comisario Pedernal, sí, lo admito", y éste ordenó que quemara inmediatamente el cuerpo de Gloria.

-¿Por qué?- le corté -¿Qué había que eliminar?

-Eso ya no lo sé. Ellos traen y se llevan esos cuerpos y yo no hago preguntas. A esos muertos no los toco, ni siquiera los miro. Van directos al horno.

Vaya, resulta que hasta tenía escrúpulos.

-¿Quiénes son ellos?

Me habló de un tipo alto, fuerte, con el pelo muy corto. Yo no caía.

-Estos últimos días lleva una tirita en la cara- añadió, creyendo que era un detalle sin importancia.

Proseguí con las preguntas, aparentando frialdad.

-Esta mañana se han cargado a otro ¿qué sabes de eso? ¿También lo ha traido, se lo ha llevado ese tío?

-¿Al cantante?

Era mucho decir del Tiñoso pero para entendernos asentí con la cabeza.

-Bueno, yo he entrado a las dos, no le puedo decir nada. Sólo sé que ya no está aquí. Se lo han llevado al tanatorio.

-¿A cuál?

e dió el nombre. Estaba en la otra punta de la ciudad. Le pedí dinero para el autobús. No puso trabas. Supongo que se moría porque le dejara en paz de una vez.

-¿Escribirá algo sobre mí?- preguntó, no obstante, antes de que me fuera.

-¿Llamarás a Pedernal en cuanto me pire?

Era un pacto entre caballeros. Pero yo no era un caballero. Y él, mucho menos.

Cuando salí del edificio ví varios paraguas arremolinados alrededor de un atormentado matrimonio. Los buitres. Deseé que ni fuera su hija la que hubiera palmado. De lo contrario puede que aquel bastardo ya estuviese derramándole todo el veneno de sus testículos entre las piernas.

-Mierda puta- mascullé.

Todo aquello era tan cutre...

Busqué en el bolsillo de la chupa la botella. Ni una gota. Decidí gastarme el dinero para el autobús en el bar más próximo. Era una cuestión de supervivencia.